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He esperado a que fuera de noche para escribir esto. Para escribir algo que nunca dirá lo que quiero contar y nunca contará lo que quiero decir. He esperado a que fuera de noche y, llegando ella, apenas falten unas horas para que se alcance la fecha: 3 de julio de 2010. Hoy hace cincuenta años.
Hoy han pasado cincuenta años de aquel 3 de julio de 1960 al que tanto debo. Hacia las 8, aquella mañana de verano de aquel año, en una pequeña y humilde iglesia de una barriada de Granada, se casaron mis padres.
Han pasado cincuenta años, seiscientos meses, dos mil seiscientas ocho semanas, dieciocho mil doscientos sesenta y dos días, casi medio millón de horas y, en realidad, apenas un instante.
La vida es como el pábilo de una vela. Se consume lenta, inexorable, morosamente, segundo a segundo, en una procesión de sueños, tiempos y esperas; pero, como el hilo entre la cera, apenas dura lo suficiente, ni alcanza siquiera a alumbrar unos metros, unas horas, llegando escasamente a cuanto esperamos.
Hoy ya han pasado cincuenta años. Y yo quisiera poder contarlos por segundos, uno a uno, uniendo a cada número una acción de gracias, un perdón, un os quiero. Y en esa letanía, entretenerme y palpitar, como la llama titila en la punta del lienzo, desgranando cuanto soy, cuanto debí ser, cuanto quiero ser, pensando en mis padres, a quienes tanto quiero. A quienes todo debo.
Hoy contamos cincuenta años y podríamos contar sin cuento.
No estoy en el corazón de mis padres, aunque sé que ellos me cobijan en él, dulcemente, en todo momento. No sé, aunque lo entreveo, qué puede pasar por su alma cuando nos miren a los que somos ellos, pero menos viejos. No puedo alcanzar, no está en mi memoria, ni en mí, cuanto han vivido, anhelado, sufrido y amado juntos este tiempo. Sí sé, sin embargo, cómo quiero mirar yo si Dios me acaricia, como a ellos, con una fecha como la de hoy.
Quiero mirar con sus ojos y, viendo con éstos, parecerme algo a ellos.
Cincuenta años son una vida entera. Y apenas un aliento.
Cincuenta años son plazo para la entrega, para el amor, para el sufrimiento, para la alegría, para la felicidad, para el dolor que abraza a esta última y, haciéndolo, le da sentido. Nadie puede decir que ha amado si no ha sufrido.
Cincuenta años han sido, son, una soberbia, y generosa, canción de amor y de luceros. Una carrera de ejemplos.
Hoy, 3 de julio de 2010, hace cincuenta años. Hoy, lo sé, es aún más fuerte el yugo amoroso que unió a mis padres en una sola esperanza, aquella mañana de verano de aquel año. Hoy, como aquel día, es fiesta para cuantos los queremos, para cuantos tanto les debemos. Y hoy sé que, como entonces, Dios los bendiga, pasearán siempre de la mano, haciéndonos camino. Y lo harán diciéndose el uno al otro, hasta el último aliento y aun sin decirlo, lo que, aquella mañana de verano de aquel año, jóvenes, enamorados, se dijeron:
«Ponme como un sello sobre tu corazón, como una marca sobre tu brazo; Porque fuerte es como la muerte el amor»
Gracias, mil gracias, por cada instante de estos cincuenta años. Os lo digo postrado ante vuestros pies. Os quiero.
Música: «A Time For Us»; Tema de amor de «Romeo y Julieta» (Henry Mancini) por André Rieu.
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